Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

8 de diciembre de 2013

Siete grados y medio bajo cero

8:30 a.m. en un pinar perdido de la provincia segoviana. La niebla nocturna se ha transformado en un velo blanco de fina escarcha sobre el paisaje. Siete grados y medio bajo cero suelen dar pereza, pero en esta oportunidad no. Al menos no a mí. O al menos no a mí en esta precisa ocasión. Salgo disparado de la furgo y de su calefacción estática y, dejando a la familia aún acostada entre edredones de pluma, me sumerjo en el frío ambiente matinal. El desayuno puede esperar. No tengo prisa. La niebla alta impide que los rayos del sol derritan las filigranas blancas depositadas sobre los tallos de las plantas, filigranas que durarán buena parte de la mañana. Nos zambullimos en el bosque mi trípode, mi cámara y yo. A lo lejos oigo algún vehículo pasar por una carretera no muy distante, así como los trágicos sonidos con los que algún cazador trae la muerte. Yo me evado con la belleza que me rodea. Blanco sobre el verde. Blanco sobre el rojo. Blanco sobre el marrón. Blanco sobre el gris. Blanco. A mi alrededor todo está en mayor o menor medida pincelado de blanco, de escarcha y niebla helada. De relente congelado. De gotitas de agua heladas, gélidas, glaciales.









4 de diciembre de 2013

Mañanas de escarcha y vaho

Cada mañana regreso a casa por la orilla de mi río. Veo cómo los grupos de azulones silueteados se agrupan en remansos escondidos y juguetean con el contraluz que produce el todavía joven e incipiente sol matinal. La bruma se eleva como volutas ondulantes unos pocos centímetros sobre la lámina plana de agua creando una atmósfera irreal y maravillosa. Me entra frío con solo mirar a los patos nadando en medio de ese velo que ondea vaporoso sobre la superficie. A ellos no les debe preocupar demasiado pues se lo están pasando en grande, bañándose y aleteando contentos. Yo, protegido por mi abrigo, mis guantes y mi gorro, continúo caminando despacio, a contraluz, con el sol de frente, observando cómo una infinidad de cristalitos de escarcha destellan a mi alrededor por doquier. Me paro y me deleito en los detalles. Todo se ha vuelto blanco y centellea. Suena la escarcha bajo los pies. La hierba y las hojas caídas de los árboles crujen tiesas bajo la presión de mi peso. Los tibios rayos del sol se esfuerzan por derretir semejante tapiz blanco, consiguiendo que las primeras gotitas de agua se desprenden de las ramas como chispas verticales. Me detengo y miro hacia atrás, miro para abajo, miro a ambos lados. No sé como almacenar en mi cabeza todas las sensaciones y las visiones que estos efímeros momentos me regalan cada una de estas frías mañanas de diciembre. No sé cómo conservar cada perla de hielo, frágil y breve, huidiza como el propio vaho de mi respiración.

Llego finalmente a casa y mirando al río desde mi ventana ya estoy deseando que mañana nuevos diamantes de escarcha me estén esperando con los primeros rayos del alba.











2 de diciembre de 2013

Castelo Mendo

Pasear por las calles de la pequeña y poco visitada aldea portuguesa de Castelo Mendo es como hacerse una cura de sosiego y tranquilidad. El silencio y la paz que se respiran entre sus callejuelas de granito hacen que te olvides de las manecillas del reloj y te invitan a caminar sin rumbo fijo, observando cada detalle y cada rincón, sin prisas. No muy alejada de Almeida, en el distrito de Guarda, en plena Beira Interior Norte y muy cercana a "la raya" con Salamanca, se trata de una de las numerosas aldeas amuralladas que conserva el país vecino, formando parte del conjunto de lo que se ha etiquetado para fomentar el turismo como "Aldeas Históricas". Reconforta observar cómo su centenar de vecinos se esmeran con mimo y sensibilidad en el mantenimiento y cuidado de sus calles y sus casas, conservando pulcramente su arquitectura tradicional. Pasear por sus callejuelas será un ejercicio de limpieza interior, de remedio contra el estrés y el ajetreo de nuestras vidas en las grandes ciudades y nos invitará, no solo a regresar en futuras oportunidades a Castelo Mendo, sino a conocer otras aldeas y villas del país vecino que colmarán, con completa seguridad, todas nuestras expectativas.











27 de noviembre de 2013

El árbol de piedra

A lo largo de la historia de la humanidad, la vanidad humana nos ha regalado colosales maravillas ciclópeas fruto de la mentalidad ostentosa de algunos sectores sociales. Personajes que se regocijaban en la propia grandiosidad de su obra y en la comparación con la de los demás y su superación. Petulantes, pretenciosos y fatuos, nos legaron edificios monumentales (o monumentales edificios) que hoy en día forman parte de nuestra vida cotidiana y que nos rodean en nuestro deambular por las ciudades. Palacios y catedrales son un buen exponente de cómo la megalomanía de unos nos ha permitido a los demás heredar la belleza de la perfección arquitectónica, transformada en verdadera y excelsa obra maestra.


23 de noviembre de 2013

El traidor



Mirando la calle sabiendo por dónde va
espera el traidor en la oscuridad.
Resaltan sus manos ensangrentadas
invisiblemente por la infidelidad.
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente

El silencio es denso y la espera larga.
Su corazón late, se le escapan las palabras.
Se dice sonriendo "es igual, ya es igual
yo ya estoy perdido, para mi no hay lugar"
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente

Tirado en la calle, la cara desencajada,
espera el traidor y la vida se le escapa.
Sus manos arañan los últimos segundos,
alguien se encargó de que no hablara.
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente
Te ensuciaron la mente

(El traidor, letra y música de Aurora Beltrán, del disco Nieve Negra, del grupo musical Tahures Zurdos)